Por: Dra. Marcia Gomezcoello

 

En un mundo saturado de pantallas y estímulos inmediatos, el acto de abrir un libro debe convertirse en un refugio y, a la vez, en la herramienta de desarrollo más potente para la infancia. Dejando de lado los dispositivos electrónicos, la lectura debe ser el cimiento sobre el cual se edifiquen mentes creativas, críticas y empáticas.

Cada vez que un niño se sumerge en una historia, su cerebro se activa de una manera única, expandiendo su vocabulario y fortaleciendo las conexiones neuronales responsables de la concentración y el pensamiento abstracto. A nivel emocional, los libros son verdaderos simuladores de vida que les enseñan a gestionar sentimientos y a ponerse en los zapatos de otros.

Más allá del desarrollo individual, el hábito de la lectura compartida crea un ritual de conexión invaluable entre el adulto y el niño, o entre los propios niños. Esos minutos de lectura al final del día se convierten en un ancla emocional que fortalece los lazos afectivos de por vida. Invertir tiempo en la lectura no es llenar un espacio en la agenda; es entregar un legado a través de la curiosidad, la resiliencia y la invaluable capacidad de encontrar sabiduría y magia entre las páginas de un libro.

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