Por Jorge Palacios Alvear
Ecuador se encuentra en una encrucijada política, marcada por una polarización cada vez más profunda que amenaza con nublar el juicio de los votantes en las elecciones presidenciales de 2025. Esta división no solo se refleja en la eterna disputa entre la derecha y la izquierda, sino que también ha creado una peligrosa narrativa en la que se responsabiliza al gobierno de Rafael Correa por todos los problemas del país. Esta simplificación excesiva, que ha sido utilizada tanto por quienes se oponen a su legado como por ciertos sectores políticos para justificar su agenda, está contribuyendo a que los ecuatorianos no puedan tomar decisiones racionales e informadas sobre su futuro.
El Gobierno de Correa, que gobernó de 2007 a 2017, dejó una huella profunda en la política ecuatoriana. Para algunos, su mandato fue una etapa de progreso y estabilidad económica, mientras que para otros, fue una época de autoritarismo y corrupción. Sin embargo, más allá de las opiniones polarizadas sobre su administración, lo que resulta verdaderamente peligroso es el uso político y casi exclusivo de su figura como chivo expiatorio para explicar todos los males del país. Esta narrativa, que a menudo reduce el debate a una guerra de acusaciones entre «los pro-Correa» y «los anti-Correa», ha impedido un análisis serio de los problemas estructurales y las posibles soluciones a los mismos.
El uso constante de Correa como chivo expiatorio tiene efectos devastadores para la democracia ecuatoriana. En primer lugar, desvían la atención de los verdaderos desafíos que enfrenta el país, como la inseguridad, la pobreza, el desempleo y la corrupción actual. Al culpar a un expresidente por todos los problemas, el debate se convierte en una lucha ideológica que no resuelve los problemas inmediatos que los ecuatorianos enfrentan hoy. Las soluciones propuestas por algunos sectores políticos tienden a ser reactivas, más centradas en derrocar el legado de Correa que en construir un futuro más prometedor para el país.
Este fenómeno también alimenta un ambiente de desconfianza y polarización extrema. La constante culpabilización de un sector político conlleva un peligroso discurso de «nosotros contra ellos», donde los ecuatorianos se ven obligados a alinearse con una de las dos grandes facciones sin un análisis verdadero de las propuestas y capacidades de los candidatos. Las elecciones de 2025 podrían convertirse en un campo de batalla donde el pasado reciente sea el único tema de discusión, mientras que las propuestas concretas sobre educación, salud, economía o seguridad queden relegadas a un segundo plano.
Además, este enfoque en la figura de Correa limita la capacidad de los ciudadanos para pensar críticamente sobre sus opciones. Los votantes se ven atrapados en una narrativa que los posiciona como defensores de un líder político y no como agentes activos capaces de tomar decisiones informadas. Los candidatos, en lugar de presentar propuestas sólidas y realistas, tienden a centrarse en un relato simplista de “todo lo malo es culpa de Correa”, sin un verdadero compromiso con el análisis de la situación actual ni con la construcción de políticas públicas efectivas.
Este clima de polarización también fortalece las dinámicas de desinformación. Las redes sociales, que han jugado un papel fundamental en la política ecuatoriana, son un terreno fértil para la difusión de noticias falsas y distorsionadas. A través de estas plataformas, se construyen narrativas que no solo buscan deslegitimar a los oponentes políticos, sino también mantener viva la imagen de un gobierno pasado como la causa de todos los males, sin dar espacio a un análisis honesto de la realidad del país.
El riesgo de todo esto es que, al centrarse excesivamente en el pasado y en el enfrentamiento ideológico, los votantes de 2025 podrían tomar decisiones basadas en emociones y rencores, más que en una reflexión crítica sobre el futuro. En lugar de elegir al candidato con la mejor visión para enfrentar los retos del país, podríamos estar eligiendo por quiénes nos dicen que debemos votar, basándonos en lo que odiamos del pasado y no en lo que realmente necesitamos para mejorar el presente y el futuro de Ecuador.
La polarización política en Ecuador, es una amenaza real para la calidad de la democracia y la toma de decisiones racionales en las próximas elecciones. Es imperativo que los votantes, los partidos políticos y las instituciones trabajen por un cambio en la narrativa, promoviendo un debate más serio y constructivo que no dependa de culpables del pasado, sino que esté enfocado en encontrar soluciones viables y sostenibles para los problemas que aquejan al Ecuador de hoy. Solo así se podrá asegurar que las elecciones de 2025 no sean un reflejo de la confrontación, sino una oportunidad para construir un futuro mejor para todos.